sábado, 30 de julio de 2011

Acerca de Chile

Cuando se acerca en estos días, la fecha de un tercer viaje a Santiago de Chile, siento la necesidad de escribir algo sobre el tema, como para ir entrando en calor. ¿Qué es lo que me gusta de Santiago?, ¿Por qué disfruto yendo allá cada año? O más metafísicamente, ¿Por qué Chile?
Para mi Chile siempre significó un país al otro lado de la cordillera, que uno podía imaginar bastante parecido a la Argentina, en un espacio más comprimido y con una gran cultura marítima. Cuando era chico era/sigue siendo común comer algunos pescados o mariscos chilenos acá y el hecho de que provengan de aquél país es sinónimo de calidad, al menos en lo que respecta a la industria ictícola. Lo otro que sabía yo cuando chico era que los buses de allá eran amarillos y que aparentemente contaminaban bastante, ya que una foto de Santiago cubierto de smog grisáceo ilustraba los capítulos ambientales de sendos libros de la escuela primaria.

Enfrentar lo Desconocido

Chile comenzó a ser algo para prestar algo más de atención a partir de 2004 y 2005. Era la época del gobierno de Ricardo Lagos, cuando las relaciones bilaterales entre ambos países comenzaron a afianzarse más aun, luego de tormentosas décadas. Ese país al otro lado de los Andes comenzó a ser destacado en revistas y diarios por sus sólidos índices económicos, su crecimiento sostenido, la pujanza de la construcción y demás. Impresionaban en aquél tiempo las fotos de Sanhattan, nombre con el que se conoce al distrito financiero-empresarial ubicado allá donde convergen Vitacura, Las Condes y Providencia. Algunas pocas fotos del Metro aparecían en aquellos reportajes y desde luego impresionaban por su limpieza, modernidad y demás características que aquél ferrocarril metropolitano aún conserva.

Pedro de Valdivia, Línea 1 | Metro de Santiago

La percepción general era asimismo que Chile era un país culturalmente conservador y machista, por eso fue grande la sorpresa cuando supimos por los diarios que la entonces oficialista Concertación llevaría como candidata a la presidencia a una mujer, fuera Michelle Bachelet o Soledad Alvear. A fines de 2005 se hablaba ya del “Fenómeno Bachelet” y a la zaga, venían en los diarios importantes reportajes refiriendo a la pujanza económica chilena, los rascacielos, la limpieza, el orden, la pulcra clase política, el eficiente Metro y demás. En ese esquema, en el que el país trasandino era el espejo donde todos querían mirarse sólo había una cosa que desentonaba: esas horrendas micros amarillas, que caóticamente y sin lógica aparente alguna surcaban la capital en todas direcciones. Pero no había de qué preocuparse, porque había un plan para las mismas: el Transantiago.

El Tarro de Kuro

Creo que fue antes de saber de la existencia de las orugas albiverdes que me enamoré de Chile. Es que toda la información que venía de allá nos decía que era un paraíso a conocer, que todo allí funcionaba, que los plazos se cumplían, que las promesas se realizaban, que los trabajadores se esforzaban y cumplían cueste lo que cueste. En ese contexto, la figura de Bachelet era simpática y bien recibida. No se tomó gran dimensión de lo que se llamó Revolución Pingüina, aunque era notable observar que existía una disociación entre la orientación del gobierno y el accionar de fuerzas como Carabineros. Para un argentino, esa independencia de acción de un cuerpo policial no es posible bajo ningún punto de vista, pero aparentemente los chilenos no encuentran contradicción aparente entre ambas cosas.

Pero volviendo a lo anterior, el Transantiago venía a cumplimentar una función, cerrar un ciclo. Debía poner fin a un sistema anárquico, instalando un orden, una manera de viajar, una organización eficiente, planificada y centralizada. Pero pronto se vería que el sistema tenía errores y que las estructuras chocarían, una vez más con la mentalidad. Era curioso ver cómo un problema en el transporte podía causar tantos trastornos y más aun, cómo un gobierno podía tambalear o ver cuestionada su legitimidad gracias a los recorridos que el nuevo sistema había implantado. Se puede discutir mucho acerca de las causas del fracaso del plan tal cual estaba pensado, las modificaciones posteriores y demás, pero eso será motivo de otra entrada.
Lo cierto es que el plan, por ambicioso y complejo, resultaba apasionante, sobre todo viendo de qué manera la vida y los desplazamientos pueden cambiar. La naturaleza del sistema (posibilidad de transbordos con tarifa integrada y demás) es de una naturaleza curiosísima, que deja a uno en la libertad de acción absoluta, la multiplicidad de rutas para retornar al hogar, el libre desplazamiento por toda la ciudad pagando unos pocos pesos. Si me había gustado Chile al principio, el tema del transporte allá era increíble y me permitió redescubrir un poco esa pasión que tenía olvidada. Pasaba horas mirando fotologs (la red social de moda en aquel entonces) y buceando encontré algunos interesantes, los cuales recordé. Comencé a seguirlos y hasta el día de hoy lo hago, buscando quizás algunas trazas de aquellos tiempos. Recomiendo al que quiera visitar un poco aquellos sitios donde me reencontré con aquella vieja pasión del transporte, descubrí un gusto nuevo como la fotografía y logré conocer aunque sea un poco, retazos del día a día de una nación que los periódicos mostraban demasiado idílica.

Eliseo Salazar, el micrero

La Zona Z del TS: (Era el sitio que más visitaba antes de ir a tomar mis propias fotografías) Autor: Claudio González Negrete
Lado C del TS Autor: Ariel Cruz Pizarro
Hanoxurbano Autor: Hans Hermosilla
Transantiago Info Autor: Hans Hermosilla
Chiko CL Autor: Claudio Garrido Moya
Kurotashio Autor: Claudio González Negrete

Toda esta producción me abrió los ojos a un mundo nuevo, que me atraía muchísimo. Quería tener mis propias fotos, quería hacer mis viajes. Los hice acá, mientras pude y no me arrepiento. Tuve varias oportunidades de cruzar la cordillera. La primera, frustrada en Diciembre de 2008 por la poca previsión. La segunda exitosa, en Mayo de 2009 que me dejó con ganas de volver. El segundo viaje en 2010 fue algo más largo y a la vez disfruté menos. Encontré a Santiago más deslucido que en 2009, como triste por el terremoto (o por Piñera, ya no sé). Esta será la tercera vez en que vaya. Tengo grandes expectativas y muchas ganas de ir otra vez. Ganas de reencontrarme con algunos amigos, con esa ciudad maravillosa que es Santiago, con ese país con alma de pueblo chico, como alguna vez dijo alguien por ahí, con esa pequeña París que es Providencia y con ese traumático sistema de transportes que tanto dolor de cabeza trae a los trasandinos y tan felices hace a los turistas. Lo que sí es cierto e inevitable es que Chile cambió. No sé cuándo, porque no me di cuenta y tampoco creo que otros se hayan dado cuenta. Ese país es muy distinto a 2005 o 2006. Chile es otro y cambió tan lento que fue imperceptible. Como las placas, que siempre se mueven bajo la tierra y que sólo en contadas ocasiones dejan sentir su roce para provocar los tan fatídicos terremotos que son el sello característico de aquella tierra.

lunes, 18 de julio de 2011

Representatividad de los Partidos Políticos: Una mirada a la crisis argentina (2001 - 2003)

¿Qué sucede cuando una sociedad siente que sus partidos políticos no la representan? Argentina vivió hace casi 10 años una crisis que descolocó a la clase política y a los partidos tradicionales, de la que los mismos no pueden recuperarse pese al paso del tiempo.

En el año 1999, finalizando el siglo, Fernando de la Rúa (UCR) fue elegido Presidente de la Nación por una amplia mayoría. Su candidatura era apoyada por una amplia coalición de partidos, mayoritariamente de centroizquierda. La coalición en cuestión fue popularmente conocida como Alianza, siendo su nombre oficial Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación y agrupaba a la Unión Cívica Radical (centro/socio liberal), uno de los partidos mayoritarios, el FREPASO (Frente País Solidario) (Peronistas de Centroizquierda, opuestos a las políticas neoliberales de Menem), el Partido Socialista y otros menores. El común denominador de esta alianza y de todos sus votantes era el rechazo a las políticas neoliberales de Carlos Menem, que comenzaban a mostrar sus primeros efectos nocivos, tras una breve prosperidad.

Así planteada, la sociedad esperaba del nuevo gobierno que corrigiera las malas políticas de Menem, redujera la desocupación y combatiera la corrupción que, según la percepción ciudadana había sido el sello del menemismo. Con el paso de los meses, se comprobó que el nuevo gobierno no venía a cambiar la situación sino que repetiría en lo esencial al menemismo, con otro discurso. En 2000 el gobierno propuso al Congreso la aprobación de una ley de Reforma Laboral, que flexibilizaba aun más el mercado de aquel entonces. Para no enfrentar una derrota política, la Alianza recurrió a sobornar (sí, leyó bien, Sobornar) a Diputados y Senadores de la Oposición. El caso fue popularmente conocido como Banelco, por ser ese el nombre de una red de cajeros automáticos presente en nuestro país. Al destaparse el escándalo, el vicepresidente Carlos Álvarez, del FREPASO, renunció a su cargo, quebrando la coalición de gobierno pese a que algunos frepasistas se mantuvieron en el gobierno. De esta manera, el gobierno que había llegado para combatir la corrupción se transformó en un gobierno alevosamente corrupto.

Sumada a esta pérdida de credibilidad, la economía empeoraba cada día: De la Rúa cambió de Ministro de Economía, instalando a Ricardo López Murphy, de ideas liberales, que recortó beneficios sociales, provocando la reacción popular que ocasionó su renuncia 15 días después. Como último recurso, ya en 2001, el presidente designó Ministro de Economía a Domingo Cavallo, un ultraliberal que había sido el arquitecto del neoliberalismo en la Argentina, también ministro durante la Presidencia de Carlos Menem y Presidente del Banco Central durante la Dictadura Militar. De manera que intentaba solucionar el conflicto poniendo a cargo al creador del mismo. Este acto terminó por minar definitivamente la credibilidad del gobierno, y lejos de aportar una solución, la empeoró.

La oposición de los sindicatos se hizo más fuerte a partir de la reducción de salarios en la administración pública, específicamente se trataba de una quita del 13% del salario mensual. Esta medida fue tomada para reducir el déficit fiscal, que también fue “combatido” tomando más y más créditos del Fondo Monetario Internacional. La coalición de gobierno se desmembró: la Unión Cívica Radical, principal sostén del gobierno se fragmentó, formándose ARI (Alternativa por una República de Iguales), una fracción de centroizquierda del radicalismo, con fuerte discurso anticorrupción y anti neoliberal. En las elecciones parlamentarias de 2001, el gobierno perdió el control de las cámaras, obteniendo el PJ (Partido Justicialista, Peronismo) la mayoría de las mismas.

El detonante final de la crisis fue el congelamiento de los depósitos bancarios, que enfureció a los pequeños ahorristas de la Clase Media, que se sumaron a la efervescencia social que reinaba en aquel diciembre de 2001. Las revueltas en Plaza de Mayo y el centro, la represión policial y la declaración del Estado de Sitio (Suspensión de garantías constitucionales ante conmoción interior) sellaron el destino del gobierno. Tras fracasar una negociación con el PJ para constituir un gobierno de unidad nacional, Fernando de la Rúa puso fin a su presidencia, a 2 años y 10 días de asumir. El sistema político explotó. Las masivas protestas ciudadanas tenían solo un lema: “Que se vayan todos”, muestra del hastío que provocaba la falta de alternativas dentro de la clase política.

Dados los mecanismos de acefalia presidencial en Argentina, ante renuncia del Presidente debe asumir el Vicepresidente, pero debido a que este había renunciado anteriormente, debía asumir la Presidencia en forma provisional (48 hs.) el Presidente provisional del Senado, Sen. Ramón Puerta (PJ), quien convocó a la Asamblea Legislativa del 23 de diciembre, la cual debía investir un nuevo presidente que completara el mandato de Fernando de la Rúa.

Por mayoría de los miembros presentes, Adolfo Rodríguez Saá fue electo Presidente de la Nación. Su mandato debía durar hasta el 10 de diciembre de 2003, pero la falta de apoyos políticos y la convulsión social, provocaron su caída a tan solo 7 días de asumir el gobierno. Nuevamente se procedió al reemplazo presidencial, siendo elegido presidente provisional el presidente de la Cámara de Diputados, Dip. Eduardo Camaño, quien convocó a una nueva Asamblea Legislativa, para el día 1° de Enero de 2002. Esa asamblea designó al Sen. Eduardo Duhalde como Presidente de la Nación, otorgándole la confianza para solucionar la crisis. Pocos días después el nuevo gobierno ponía fin a la Convertibilidad (Paridad entre el peso y el dólar, equivalentes en 1 ARS=1 USD), abriendo el largo camino para la solución del problema económico. No obstante, la tensión social de mantuvo y era perceptible en las calles, con numerosos piquetes en las calles. Para tener una idea, en Octubre de 2002, el 57,5% de la población era pobre.

La represión policial en los sucesos de Puente Pueyrredón (Avellaneda) durante el invierno de 2002 provocó que Duhalde convocase a elecciones adelantadas para el 27 de abril de 2003. En esas elecciones hubo multiplicidad de candidatos: el Partido Justicialista se fragmentó, presentando 3 candidaturas alternativas y disimiles entre sí: Carlos Menem, aliado a los liberales y conservadores, Néstor Kirchner, prácticamente desconocido y Adolfo Rodríguez Saá, ex presidente durante 7 días en 2001. Asimismo la Unión Cívica Radical tuvo 3 fórmulas presidenciales: Elisa Carrió (ARI), congregaba a radicales descontentos y progresistas de diversa extracción; Ricardo López Murphy, ex ministro de Economía durante De la Rúa (14 días) y Leopoldo Moreau, de línea tradicionalista radical, que obtuvo porcentajes despreciables.

Ninguno de los candidatos alcanzó el porcentaje requerido para proclamarse victorioso, pero por esas curiosidades de las sociedades, quien obtuvo la mayor cantidad de votos fue el ex presidente Carlos Menem, a quien amplias capas de la población sindicaban como el responsable de la prolongada crisis argentina. El porcentaje obtenido por Menem no evitaba que se enfrentase en Segunda Vuelta con quien le seguía en votos, Néstor Kirchner. Aunque ambos de extracción peronista, tenían proyectos políticos diferentes. Menem proponía un Estado Neoliberal y Kirchner una transformación gradual en Estado de Bienestar. La segunda vuelta jamás se realizó, pues Menem rehusó su participación debido a que, según las encuestas hubiera perdido por el 80% de los votos, dado el alto nivel de rechazo que provocaba.

Durante los siguientes meses de gobierno, Kirchner intentará reconstituir la autoridad presidencial, muy desprestigiada y corregir los desequilibrios económicos. El esquema partidario se comenzará a reorganizar en torno al gobierno y al posicionamiento que los partidos tienen respecto a él. Lo que sí es claro es que los partidos tradicionales no llegaban a cubrir las expectativas de la población: la UCR, que había ganado las presidenciales de 1999 en coalición, obtenía solamente un 2,34%, apenas un poco más que la coalición Izquierda Unida que agrupaba a partidos trotskistas, acostumbrados a ser testimoniales.

Aun hoy, aunque recuperado, el Partido Justicialista y la UCR, dominantes en la segunda mitad del siglo XX siguen fracturados. En las elecciones de este año, al menos 3 fórmulas están identificadas con el Peronismo, en sus diversas vertientes. Signos mayores de recuperación da la UCR, aunque no puede evitar la necesidad de concretar alianzas para poder gobernar. Al menos 2 fórmulas están identificadas con los clásicos votantes radicales. Lo que queda claro es que la magnitud de la crisis política de 2001 fue demasiado importante como para ignorarla y quizás sirva para ilustrar qué es lo que sucede cuando una sociedad no tiene alternativas para elegir y toda la clase política mantiene lo esencial, independientemente de su signo político. Hacen falta liderazgos que estén dispuestos a jugársela por la gente y por las demandas ciudadanas, independientemente de los poderosos a los que deban enfrentar.