sábado, 10 de septiembre de 2011

Presidencialismo vs. Parlamentarismo I

En estos días, muchos columnistas políticos de actualidad han expresado que existe cierto plan de Reforma Constitucional por parte de la administración kirchnerista de cara al nuevo período presidencial que comienza a fines de este año. La cuestión de reforma constitucional no es nueva para el periodismo. Ya la habían barajado varias veces entre 2007 y 2008, sin que hubiese ninguna expresión oficial en esa dirección.

Lo interesante en esta oportunidad es que la reforma en cuestión que el gobierno estaría estudiando, cambiaría sustancialmente –en el caso de concretarse- el panorama político nacional. Se trataría por primera vez en la historia argentina del abandono del sistema presidencialista (Presidente como Jefe de Estado y Jefe de Gobierno) a un sistema parlamentario, con un Presidente como Jefe de Estado y un Primer Ministro como Jefe de Gobierno.

El sueño parlamentario no es algo nuevo para la opinión pública, ni para el periodismo ni para la clase política. Tiene su anclaje en una concepción (a mi manera de ver, errónea) de que el Parlamentarismo favorece una mayor tolerancia, pluralismo, respeto y demás virtudes republicanas. Bastaría que algunos de los caballeros que impulsan estas ideas se informen acerca de los sistemas parlamentarios alrededor del mundo para comprobar que estos no son nada extraordinario y que inclusive, cuentan con vicios similares a los sistemas presidencialistas. La concepción de que el presidencialismo es autoritario y el parlamentarismo es pluralista es a todas luces ridícula. Quienes han vivido una porción importante de su vida bajo regímenes autoritarios aun tienen en su mente la imagen de que la Casa Rosada es la sede de los presidentes, autoritarios y antidemocráticos que hacen lo que se les antoja y el Congreso como el hogar de la democracia, donde todo se somete a discusión en un ámbito de respeto y sana convivencia democrática. En la práctica podríamos decir que esto no es tan así: el Poder Ejecutivo es tan democrático como el Legislativo. Ambos son por elección popular directa, ambos se renuevan, tienen periodicidad, etc.

En la Primavera Democrática de 1983, Raúl Alfonsín encaró proyectos de gran envergadura que desembocarían en la Segunda República Argentina. Los cambios eran: Nueva capital, nueva constitución, nueva forma de gobierno e inclusive un nuevo sistema de partidos políticos. En este sentido, podemos ubicar aquí el nacimiento de tantos proyectos refundadores de la nación que han circulado desde el retorno a la democracia. Con el objetivo de analizar la factibilidad de la concreción de estos proyectos, Alfonsín convocó al Consejo para la Consolidación de la Democracia, que emitió unos documentos donde analizaba las posibilidades, perspectivas o posibles cambios que debían introducirse en la nueva Constitución. Uno de ellos era, en efecto la creación de un sistema semiparlamentario, similar al modelo que utiliza hoy Francia. La idea, en general era que el Presidente compartiera o delegara ciertas atribuciones de gobierno en un Primer Ministro, que debería tener más vínculos con el Congreso y, desde luego, un control más efectivo del Congreso sobre las acciones de gobierno.

Lo problemático de la segunda mitad del gobierno de Alfonsín demoró los planes de reforma constitucional y sepultó absolutamente los sueños refundatorios de la Segunda República, que nunca existió. Sin embargo la idea de reforma parecía instalada como una necesidad en la clase política, que en 1994 selló el acuerdo conocido como Pacto de Olivos, entre el Presidente Carlos Menem (PJ) y el Líder de la Oposición, Raúl Alfonsín (UCR). En la Reforma de 1994, la figura de articulación ejecutivo-legislativa (el “Primer Ministro” del que estamos hablando) fue sustancialmente reformada. Se abandonó la pretensión de un sistema semiparlamentario, manteniéndose el Presidencialismo pero acortando la duración del mandato presidencial. En tanto el “Primer Ministro” se transformó en el Jefe de Gabinete de Ministros (JGM), que no es otra cosa que un Ministro designado por el Presidente, que tiene algunas atribuciones que lo colocan por sobre los demás ministros (puede presidir las reuniones de gabinete, pero solo ante ausencia del Presidente) y además debe concurrir obligatoriamente una vez por mes al Congreso Nacional para informar sobre la marcha del gobierno (Este último punto se cumple de manera muy relajada, asistiendo el JGM una vez cada 2 o 3 meses al Congreso). Desde 1994 a la Fecha, los JGM no se han caracterizado por su larga duración al frente de sus cargos.

El más longevo ha sido sin dudas Alberto Fernández, que fue Jefe de Gabinete bajo Néstor Kirchner y Cristina Fernández, hasta su desplazamiento en Julio de 2008. Un punto interesante de ver, para marcar diferencias con primeros ministros de otros países es que el desplazamiento de un JGM no significa la renuncia de todo el gabinete, ni de una parte del mismo. El JGM no interviene de manera alguna en la formación del Gabinete. Tal atribución permanece reservada al Presidente de la Nación, quien en vista de esto, no ha delegado prácticamente ninguna de sus funciones en el JGM. En resumen, podría decirse que la intención inicial del pasaje a un régimen parlamentario o de atenuación del Presidencialismo ha resultado en un rotundo fracaso. En futuras entradas abordaré la cuestión sobre si verdaderamente representa el Parlamentarismo una disminución del personalismo político.

sábado, 30 de julio de 2011

Acerca de Chile

Cuando se acerca en estos días, la fecha de un tercer viaje a Santiago de Chile, siento la necesidad de escribir algo sobre el tema, como para ir entrando en calor. ¿Qué es lo que me gusta de Santiago?, ¿Por qué disfruto yendo allá cada año? O más metafísicamente, ¿Por qué Chile?
Para mi Chile siempre significó un país al otro lado de la cordillera, que uno podía imaginar bastante parecido a la Argentina, en un espacio más comprimido y con una gran cultura marítima. Cuando era chico era/sigue siendo común comer algunos pescados o mariscos chilenos acá y el hecho de que provengan de aquél país es sinónimo de calidad, al menos en lo que respecta a la industria ictícola. Lo otro que sabía yo cuando chico era que los buses de allá eran amarillos y que aparentemente contaminaban bastante, ya que una foto de Santiago cubierto de smog grisáceo ilustraba los capítulos ambientales de sendos libros de la escuela primaria.

Enfrentar lo Desconocido

Chile comenzó a ser algo para prestar algo más de atención a partir de 2004 y 2005. Era la época del gobierno de Ricardo Lagos, cuando las relaciones bilaterales entre ambos países comenzaron a afianzarse más aun, luego de tormentosas décadas. Ese país al otro lado de los Andes comenzó a ser destacado en revistas y diarios por sus sólidos índices económicos, su crecimiento sostenido, la pujanza de la construcción y demás. Impresionaban en aquél tiempo las fotos de Sanhattan, nombre con el que se conoce al distrito financiero-empresarial ubicado allá donde convergen Vitacura, Las Condes y Providencia. Algunas pocas fotos del Metro aparecían en aquellos reportajes y desde luego impresionaban por su limpieza, modernidad y demás características que aquél ferrocarril metropolitano aún conserva.

Pedro de Valdivia, Línea 1 | Metro de Santiago

La percepción general era asimismo que Chile era un país culturalmente conservador y machista, por eso fue grande la sorpresa cuando supimos por los diarios que la entonces oficialista Concertación llevaría como candidata a la presidencia a una mujer, fuera Michelle Bachelet o Soledad Alvear. A fines de 2005 se hablaba ya del “Fenómeno Bachelet” y a la zaga, venían en los diarios importantes reportajes refiriendo a la pujanza económica chilena, los rascacielos, la limpieza, el orden, la pulcra clase política, el eficiente Metro y demás. En ese esquema, en el que el país trasandino era el espejo donde todos querían mirarse sólo había una cosa que desentonaba: esas horrendas micros amarillas, que caóticamente y sin lógica aparente alguna surcaban la capital en todas direcciones. Pero no había de qué preocuparse, porque había un plan para las mismas: el Transantiago.

El Tarro de Kuro

Creo que fue antes de saber de la existencia de las orugas albiverdes que me enamoré de Chile. Es que toda la información que venía de allá nos decía que era un paraíso a conocer, que todo allí funcionaba, que los plazos se cumplían, que las promesas se realizaban, que los trabajadores se esforzaban y cumplían cueste lo que cueste. En ese contexto, la figura de Bachelet era simpática y bien recibida. No se tomó gran dimensión de lo que se llamó Revolución Pingüina, aunque era notable observar que existía una disociación entre la orientación del gobierno y el accionar de fuerzas como Carabineros. Para un argentino, esa independencia de acción de un cuerpo policial no es posible bajo ningún punto de vista, pero aparentemente los chilenos no encuentran contradicción aparente entre ambas cosas.

Pero volviendo a lo anterior, el Transantiago venía a cumplimentar una función, cerrar un ciclo. Debía poner fin a un sistema anárquico, instalando un orden, una manera de viajar, una organización eficiente, planificada y centralizada. Pero pronto se vería que el sistema tenía errores y que las estructuras chocarían, una vez más con la mentalidad. Era curioso ver cómo un problema en el transporte podía causar tantos trastornos y más aun, cómo un gobierno podía tambalear o ver cuestionada su legitimidad gracias a los recorridos que el nuevo sistema había implantado. Se puede discutir mucho acerca de las causas del fracaso del plan tal cual estaba pensado, las modificaciones posteriores y demás, pero eso será motivo de otra entrada.
Lo cierto es que el plan, por ambicioso y complejo, resultaba apasionante, sobre todo viendo de qué manera la vida y los desplazamientos pueden cambiar. La naturaleza del sistema (posibilidad de transbordos con tarifa integrada y demás) es de una naturaleza curiosísima, que deja a uno en la libertad de acción absoluta, la multiplicidad de rutas para retornar al hogar, el libre desplazamiento por toda la ciudad pagando unos pocos pesos. Si me había gustado Chile al principio, el tema del transporte allá era increíble y me permitió redescubrir un poco esa pasión que tenía olvidada. Pasaba horas mirando fotologs (la red social de moda en aquel entonces) y buceando encontré algunos interesantes, los cuales recordé. Comencé a seguirlos y hasta el día de hoy lo hago, buscando quizás algunas trazas de aquellos tiempos. Recomiendo al que quiera visitar un poco aquellos sitios donde me reencontré con aquella vieja pasión del transporte, descubrí un gusto nuevo como la fotografía y logré conocer aunque sea un poco, retazos del día a día de una nación que los periódicos mostraban demasiado idílica.

Eliseo Salazar, el micrero

La Zona Z del TS: (Era el sitio que más visitaba antes de ir a tomar mis propias fotografías) Autor: Claudio González Negrete
Lado C del TS Autor: Ariel Cruz Pizarro
Hanoxurbano Autor: Hans Hermosilla
Transantiago Info Autor: Hans Hermosilla
Chiko CL Autor: Claudio Garrido Moya
Kurotashio Autor: Claudio González Negrete

Toda esta producción me abrió los ojos a un mundo nuevo, que me atraía muchísimo. Quería tener mis propias fotos, quería hacer mis viajes. Los hice acá, mientras pude y no me arrepiento. Tuve varias oportunidades de cruzar la cordillera. La primera, frustrada en Diciembre de 2008 por la poca previsión. La segunda exitosa, en Mayo de 2009 que me dejó con ganas de volver. El segundo viaje en 2010 fue algo más largo y a la vez disfruté menos. Encontré a Santiago más deslucido que en 2009, como triste por el terremoto (o por Piñera, ya no sé). Esta será la tercera vez en que vaya. Tengo grandes expectativas y muchas ganas de ir otra vez. Ganas de reencontrarme con algunos amigos, con esa ciudad maravillosa que es Santiago, con ese país con alma de pueblo chico, como alguna vez dijo alguien por ahí, con esa pequeña París que es Providencia y con ese traumático sistema de transportes que tanto dolor de cabeza trae a los trasandinos y tan felices hace a los turistas. Lo que sí es cierto e inevitable es que Chile cambió. No sé cuándo, porque no me di cuenta y tampoco creo que otros se hayan dado cuenta. Ese país es muy distinto a 2005 o 2006. Chile es otro y cambió tan lento que fue imperceptible. Como las placas, que siempre se mueven bajo la tierra y que sólo en contadas ocasiones dejan sentir su roce para provocar los tan fatídicos terremotos que son el sello característico de aquella tierra.

lunes, 18 de julio de 2011

Representatividad de los Partidos Políticos: Una mirada a la crisis argentina (2001 - 2003)

¿Qué sucede cuando una sociedad siente que sus partidos políticos no la representan? Argentina vivió hace casi 10 años una crisis que descolocó a la clase política y a los partidos tradicionales, de la que los mismos no pueden recuperarse pese al paso del tiempo.

En el año 1999, finalizando el siglo, Fernando de la Rúa (UCR) fue elegido Presidente de la Nación por una amplia mayoría. Su candidatura era apoyada por una amplia coalición de partidos, mayoritariamente de centroizquierda. La coalición en cuestión fue popularmente conocida como Alianza, siendo su nombre oficial Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación y agrupaba a la Unión Cívica Radical (centro/socio liberal), uno de los partidos mayoritarios, el FREPASO (Frente País Solidario) (Peronistas de Centroizquierda, opuestos a las políticas neoliberales de Menem), el Partido Socialista y otros menores. El común denominador de esta alianza y de todos sus votantes era el rechazo a las políticas neoliberales de Carlos Menem, que comenzaban a mostrar sus primeros efectos nocivos, tras una breve prosperidad.

Así planteada, la sociedad esperaba del nuevo gobierno que corrigiera las malas políticas de Menem, redujera la desocupación y combatiera la corrupción que, según la percepción ciudadana había sido el sello del menemismo. Con el paso de los meses, se comprobó que el nuevo gobierno no venía a cambiar la situación sino que repetiría en lo esencial al menemismo, con otro discurso. En 2000 el gobierno propuso al Congreso la aprobación de una ley de Reforma Laboral, que flexibilizaba aun más el mercado de aquel entonces. Para no enfrentar una derrota política, la Alianza recurrió a sobornar (sí, leyó bien, Sobornar) a Diputados y Senadores de la Oposición. El caso fue popularmente conocido como Banelco, por ser ese el nombre de una red de cajeros automáticos presente en nuestro país. Al destaparse el escándalo, el vicepresidente Carlos Álvarez, del FREPASO, renunció a su cargo, quebrando la coalición de gobierno pese a que algunos frepasistas se mantuvieron en el gobierno. De esta manera, el gobierno que había llegado para combatir la corrupción se transformó en un gobierno alevosamente corrupto.

Sumada a esta pérdida de credibilidad, la economía empeoraba cada día: De la Rúa cambió de Ministro de Economía, instalando a Ricardo López Murphy, de ideas liberales, que recortó beneficios sociales, provocando la reacción popular que ocasionó su renuncia 15 días después. Como último recurso, ya en 2001, el presidente designó Ministro de Economía a Domingo Cavallo, un ultraliberal que había sido el arquitecto del neoliberalismo en la Argentina, también ministro durante la Presidencia de Carlos Menem y Presidente del Banco Central durante la Dictadura Militar. De manera que intentaba solucionar el conflicto poniendo a cargo al creador del mismo. Este acto terminó por minar definitivamente la credibilidad del gobierno, y lejos de aportar una solución, la empeoró.

La oposición de los sindicatos se hizo más fuerte a partir de la reducción de salarios en la administración pública, específicamente se trataba de una quita del 13% del salario mensual. Esta medida fue tomada para reducir el déficit fiscal, que también fue “combatido” tomando más y más créditos del Fondo Monetario Internacional. La coalición de gobierno se desmembró: la Unión Cívica Radical, principal sostén del gobierno se fragmentó, formándose ARI (Alternativa por una República de Iguales), una fracción de centroizquierda del radicalismo, con fuerte discurso anticorrupción y anti neoliberal. En las elecciones parlamentarias de 2001, el gobierno perdió el control de las cámaras, obteniendo el PJ (Partido Justicialista, Peronismo) la mayoría de las mismas.

El detonante final de la crisis fue el congelamiento de los depósitos bancarios, que enfureció a los pequeños ahorristas de la Clase Media, que se sumaron a la efervescencia social que reinaba en aquel diciembre de 2001. Las revueltas en Plaza de Mayo y el centro, la represión policial y la declaración del Estado de Sitio (Suspensión de garantías constitucionales ante conmoción interior) sellaron el destino del gobierno. Tras fracasar una negociación con el PJ para constituir un gobierno de unidad nacional, Fernando de la Rúa puso fin a su presidencia, a 2 años y 10 días de asumir. El sistema político explotó. Las masivas protestas ciudadanas tenían solo un lema: “Que se vayan todos”, muestra del hastío que provocaba la falta de alternativas dentro de la clase política.

Dados los mecanismos de acefalia presidencial en Argentina, ante renuncia del Presidente debe asumir el Vicepresidente, pero debido a que este había renunciado anteriormente, debía asumir la Presidencia en forma provisional (48 hs.) el Presidente provisional del Senado, Sen. Ramón Puerta (PJ), quien convocó a la Asamblea Legislativa del 23 de diciembre, la cual debía investir un nuevo presidente que completara el mandato de Fernando de la Rúa.

Por mayoría de los miembros presentes, Adolfo Rodríguez Saá fue electo Presidente de la Nación. Su mandato debía durar hasta el 10 de diciembre de 2003, pero la falta de apoyos políticos y la convulsión social, provocaron su caída a tan solo 7 días de asumir el gobierno. Nuevamente se procedió al reemplazo presidencial, siendo elegido presidente provisional el presidente de la Cámara de Diputados, Dip. Eduardo Camaño, quien convocó a una nueva Asamblea Legislativa, para el día 1° de Enero de 2002. Esa asamblea designó al Sen. Eduardo Duhalde como Presidente de la Nación, otorgándole la confianza para solucionar la crisis. Pocos días después el nuevo gobierno ponía fin a la Convertibilidad (Paridad entre el peso y el dólar, equivalentes en 1 ARS=1 USD), abriendo el largo camino para la solución del problema económico. No obstante, la tensión social de mantuvo y era perceptible en las calles, con numerosos piquetes en las calles. Para tener una idea, en Octubre de 2002, el 57,5% de la población era pobre.

La represión policial en los sucesos de Puente Pueyrredón (Avellaneda) durante el invierno de 2002 provocó que Duhalde convocase a elecciones adelantadas para el 27 de abril de 2003. En esas elecciones hubo multiplicidad de candidatos: el Partido Justicialista se fragmentó, presentando 3 candidaturas alternativas y disimiles entre sí: Carlos Menem, aliado a los liberales y conservadores, Néstor Kirchner, prácticamente desconocido y Adolfo Rodríguez Saá, ex presidente durante 7 días en 2001. Asimismo la Unión Cívica Radical tuvo 3 fórmulas presidenciales: Elisa Carrió (ARI), congregaba a radicales descontentos y progresistas de diversa extracción; Ricardo López Murphy, ex ministro de Economía durante De la Rúa (14 días) y Leopoldo Moreau, de línea tradicionalista radical, que obtuvo porcentajes despreciables.

Ninguno de los candidatos alcanzó el porcentaje requerido para proclamarse victorioso, pero por esas curiosidades de las sociedades, quien obtuvo la mayor cantidad de votos fue el ex presidente Carlos Menem, a quien amplias capas de la población sindicaban como el responsable de la prolongada crisis argentina. El porcentaje obtenido por Menem no evitaba que se enfrentase en Segunda Vuelta con quien le seguía en votos, Néstor Kirchner. Aunque ambos de extracción peronista, tenían proyectos políticos diferentes. Menem proponía un Estado Neoliberal y Kirchner una transformación gradual en Estado de Bienestar. La segunda vuelta jamás se realizó, pues Menem rehusó su participación debido a que, según las encuestas hubiera perdido por el 80% de los votos, dado el alto nivel de rechazo que provocaba.

Durante los siguientes meses de gobierno, Kirchner intentará reconstituir la autoridad presidencial, muy desprestigiada y corregir los desequilibrios económicos. El esquema partidario se comenzará a reorganizar en torno al gobierno y al posicionamiento que los partidos tienen respecto a él. Lo que sí es claro es que los partidos tradicionales no llegaban a cubrir las expectativas de la población: la UCR, que había ganado las presidenciales de 1999 en coalición, obtenía solamente un 2,34%, apenas un poco más que la coalición Izquierda Unida que agrupaba a partidos trotskistas, acostumbrados a ser testimoniales.

Aun hoy, aunque recuperado, el Partido Justicialista y la UCR, dominantes en la segunda mitad del siglo XX siguen fracturados. En las elecciones de este año, al menos 3 fórmulas están identificadas con el Peronismo, en sus diversas vertientes. Signos mayores de recuperación da la UCR, aunque no puede evitar la necesidad de concretar alianzas para poder gobernar. Al menos 2 fórmulas están identificadas con los clásicos votantes radicales. Lo que queda claro es que la magnitud de la crisis política de 2001 fue demasiado importante como para ignorarla y quizás sirva para ilustrar qué es lo que sucede cuando una sociedad no tiene alternativas para elegir y toda la clase política mantiene lo esencial, independientemente de su signo político. Hacen falta liderazgos que estén dispuestos a jugársela por la gente y por las demandas ciudadanas, independientemente de los poderosos a los que deban enfrentar.

jueves, 23 de junio de 2011

Fotolog o el dolor de ya no ser

Podrá parecer trivial, pero yo no lo creo. En mi generación y en las que vendrán (qué duda cabe), las redes sociales constituyen un elemento muy importante. Hoy, todos aquellos que estamos alrededor de los 20 años vivimos la efervescencia del surgimiento de las redes sociales, las vimos elevarse, hacerse populares y por último quedar en el más absoluto olvido. Si pudiéramos establecer una línea de tiempo diríamos que la cosa fue Messenger > Fotolog >Flickr/Facebook> Twitter/Tumblr.

Llegamos a una época donde la mayoría de las redes sociales donde nos movíamos como peces en el agua han caído en desgracia, con la quizás honrosa excepción de Facebook que sigue siendo un sitio popular a fuerza de constantes cambios, tanto de forma como de fondo. Lo cierto es que quizás esta sea la herramienta comunicativa más completa de este tiempo (Texto, Fotos, Videos, Música, Compartir Enlaces, Chat, etc.). Eso es algo que las demás redes no tienen.

Quisiera detenerme a analizar un poco del fenómeno Fotolog, cuyo comienzo de popularidad podríamos ubicar en torno a 2005, alcanzando su apogeo durante 2007 y 2008 y cayendo en el más absoluto olvido en 2009. Hoy, en junio de 2011, nadie se acuerda de Fotolog. Algunos dirán: “Yo tuve uno”, otros callarán y otros ni siquiera se acuerdan la contraseña. ¿Qué era lo que tenía Fotolog que lo transformó en un sitio tan popular en aquel tiempo? ¿Y por qué cayó en desgracia?

Particularmente, el tiempo de Fotolog coincide casi plenamente con mi adolescencia media, entre los 14 y los 17 años, por lo que prácticamente todo lo sucedido en aquella época remite a la citada red social. Yo tuve un Fotolog, especializado en colectivos, por corto tiempo. Podría decirse que me uní a ese sitio cuando la cresta de la ola estaba tocando su punto máximo, a fines de 2008, y comenzaría su irrefrenable decadencia. Lo cierto es que yo estuve más tiempo siguiendo fotologs por fuera que por dentro. En aquel tiempo no demasiado lejano, yo no tenía computadora (tuve recién a partir de marzo de 2008) y tampoco tenía internet (a partir de septiembre de 2008), pero accedía de todas maneras, a través de pedir prestado en la casa de mi tía, donde me pasaba horas navegando en estos sitios, enganchados unos con otros a través de comentarios y favoritos.

Cada posteo era esperado con ansias, cada nueva foto era una ventana hacia lo desconocido. Y al no tener la posibilidad de acceder a internet desde casa, el carácter intrigante de todo esto aumentaba. Me la pasaba sacando fotos de aquellos sitios y aún tengo muchas de ellas guardadas. Cada foto era una pieza única y había que descubrirla, analizarla y luego guardarla para que jamás se perdiera. Cuando tuve la posibilidad de imitar aquello que veía, trataba de hacerlo con un celular con cámara. Más tarde llegaría la cámara digital, pero para entonces ya Fotolog estaba en Terapia Intensiva. Creo que esto sucedió porque surgieron herramientas más completas que el flog, porque la calidad de las fotos allí era realmente mala y por culpa del constante spam o firmas de gente que quería promocionar sus sitios sin relación alguna al posteo en cuestión.

Fotolog aún existe, pero está prácticamente muerto. Ya casi nadie lo usa, algunos tan solo lo actualizan para tanto para no verlo morir, o quizás por aquella cuestión de que “es algo tan grande que no puede morir”. Para mí significó mucho: fue la ventana a un mundo nuevo, a una nueva percepción de la realidad y fue un medio para redescubrir antiguos gustos y descubrir otros nuevos. A veces me pregunto si ese período abierto por estas experiencias, esta Urbanidad Latente, como me gusta llamarle; no habrá terminado o al menos dado paso a otro período. En todo caso, creo que tiene que ver con el Espíritu de Época que atravesamos y que nos atraviesa.

Tendría que ponerme a definir bien esos conceptos, pero será en otra oportunidad.

lunes, 6 de junio de 2011

Autoimagen de los argentinos (parte II): El mito de la Argentina Potencia


Una de las cosas más interesantes y curiosas que ayudaron a crear la sensación de superioridad argentina es lo que podría denominarse El Mito de la Argentina Potencia. Trataré en estas líneas de aproximarme a las bases históricas de esta idea.

En primer lugar, es necesario decir que la Argentina tiene una fuerte impronta migratoria europea, gracias al fomento de la inmigración que el gobierno argentino encaró desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX. Podríamos situar este período de grandes migraciones entre 1880 y 1914, coincidiendo sugerentemente con la época que en Argentina conocemos como República Conservadora, así llamada por la hegemonía política de los conservadores, una economía de régimen liberal y de base puramente agroexportadora.

Aclaro esto para entender por qué hasta 1930 era posible o al menos frecuente la comparación entre Argentina y los Estados Unidos de América, que pese a ser países con importantes diferencias compartían las cualidades de ser grandes receptores migratorios y productores de materias primas para exportación, además de ser ambos países de tamaño considerable. Además de esto, podríamos hablar de la existencia de una clase política orientada en función de la democracia liberal estadounidense, pero dispuesta a disputar su incipiente hegemonía en el continente americano. Un ejemplo de esto fue cuando Estados Unidos desarrolló la Doctrina Monroe, aquella de “América para los Americanos”, Argentina opuso la de América para la Humanidad, evidenciando de esta manera la voluntad de disputar el liderazgo continental. Considero yo que éste es el punto naciente de la idea de la Argentina Potencia, un concepto heredado de la Generación del 80 gobernante en aquella época y resignificado posteriormente.

Lo que cabe preguntarse en este momento es: ¿Realmente estaba Argentina en condiciones de disputar la hegemonía a los Estados Unidos en esta época? ¿Podíamos afrontarlo? Históricamente se considera que en esta época Argentina atravesaba una importante bonanza económica producto de la exportación de productos primarios para el mercado mundial. Esta es la época de la Argentina Granero del Mundo. Visto de esta manera el pasado argentino es por lo menos glorioso y nos llevaría a preguntarnos el por qué de la decadencia posterior.

Particularmente no concuerdo con esta visión que presenta a este pasado de manera tan simplificada. Quedarse con la idea de que Argentina se encontraba entre las primeras 10 economías mundiales hasta mediados del siglo XX es sólo ver una parte del problema. Lo cierto es que Argentina atravesó una bonanza económica relativa producto de la exportación de granos y carnes, pero esta actividad se encontraba en manos de unos pocos, haciendo imposible el desarrollo de empresarios o campesinos de tamaño medio. En segundo lugar, existía en este comercio una fuerte dependencia respecto del Reino Unido de Gran Bretaña, quien era el principal comprador. Al perder esta nación su hegemonía a nivel mundial a partir de la Primera Guerra Mundial, y más acentuadamente a partir de la Segunda, Argentina debió reorientar su comercio exterior y sus estructuras productivas al nuevo contexto internacional. Es preciso señalar que estos factores nombrados no se encontraban presentes en los Estados Unidos, y tampoco se hallaba en aquél país un tercer factor fundamental para entender por qué Argentina no fue potencia. La ausencia de industrias consolidadas o de volúmenes productivos medianos a considerables constituyó un factor decisivo para que la economía argentina no lograra salir claramente de los esquemas agroexportadores hasta la década de 1940, donde se hace evidente un proceso de industrialización. Esta es la diferencia fundamental con los Estados Unidos, que a fines del siglo XIX habían experimentado la Segunda Revolución Industrial y desarrollado fuertemente cordones industriales con los que Argentina, en esa época no podía ni soñar. Algunos teóricos, por ejemplo han abandonado hoy día la comparación con los EE.UU. para realizarla con otras naciones en teoría similares a la Argentina como Canadá o Australia.




Frustrado el primer sueño de la Argentina Potencia de la Generación del 80 o Liberal – Conservadora, estas ideas resurgieron con fuerza durante los gobiernos de Juan D. Perón, en las décadas de 1940 y 1950. La Industrialización, que había iniciado en 1935 en función del nuevo mercado mundial cobró fuerza en esta época y abrió la posibilidad de pensar en una nueva hegemonía o posición dominante en el mercado mundial a partir de la Industrialización por Sustitución de Importaciones. En el marco de esto, el 9 de Julio de 1947, día de la independencia, el Gral. Perón proclamó desde la Casa de Tucumán, misma donde se había firmado el Acta de Independencia de 1816, la Declaración de Independencia Económica, que no constituía solamente un acto declarativo por parte de aquél gobierno sino mostraba la posibilidad de que en un futuro no muy lejano Argentina podría haber alcanzado posiciones importantes en cuanto a producción y comercio.

Acta de Independencia Económica: http://www.marianowest.com.ar/archivos/biblioteca/historiadelperonismo/7.pdf



Lo cierto es que la mayor parte de la industria de aquella época estuvo orientada en función de un creciente mercado interno, donde los obreros podían acceder cada vez más a nuevos bienes de consumo. A lo sumo, la exportación de productos quedó restringida a las áreas circundantes (Latinoamérica) o países periféricos europeos, como España, que en aquella época se presentaba como muchísimo más atrasada que Argentina en la mayoría de los aspectos. Los proyectos más ambiciosos del peronismo, de avanzada para la época (Energía Nuclear, Industria aeronáutica y automotriz, Investigación petrolera, etc.) quedaron truncos por el precipitado final del gobierno peronista debido al Golpe de Estado de 1955.

Lo curioso quizás, es que algunas interpretaciones consideren que la época peronista significó un retroceso respecto de la construcción de la Argentina Potencia, debido a que con su retórica antiimperialista y tercermundista logró alejar a los inversores de la Argentina y alejar a la Argentina del mundo.

No obstante esto, la idea de la Argentina Potencia estará muy presente en los decenios siguientes, siendo utlilizada en mayor o menor medida esta consigna por los gobiernos subsiguientes, ya fuesen civiles o militares. Naturalmente, uno de los intentos más certeros fue el desarrollo de denominadas industrias pesadas en época Arturo Frondizi (1958 – 1962), quien impulsó decididamente la industria del acero, el petróleo y otras industrias de base necesarias para la posterior industrialización a gran escala. Nuevamente estas posibilidades quedarían truncas al ocurrir el Golpe de Estado de 1962.

La políticamente inestable década de los 60 fue un caldo de cultivo para la posibilidad de otra nueva intervención militar, que ocurriría en 1966 con el Gral. Juan Carlos Onganía, de quien se decía en la prensa de la época sería el Franco argentino, vale decir, un Dictador con voluntad industrialista, que ordenase la escena política, económica y social para así lograr la prosperidad en el mediano plazo. Demás está decir que esta nueva dictadura, asimismo presentada como nacionalista, que llegó a prohibir los pantalones de jean porque “corrompen el ser nacional”, llevó adelante un programa cuyo éxito jamás pudo ser comprobado. El desarrollo industrial jamás llegó a concretarse, en parte también por el clima opresivo vivido bajo esta dictadura. Aquí ya podemos observar que el uso de la lógica nacionalista – Argentina Potencia se ha transformado en algo meramente retórico, pero que de igual manera cala hondo en la sociedad argentina que aún cree en la posibilidad de que el país alcance estos estándares que nos equiparen a los primeros países del mundo. Las revistas y los influyentes medios de comunicación jugaron un papel decisivo en la instalación de esta temática en la sociedad.




La dictadura, escondida bajo una fachada nacionalista y de impulso de los valores nacionales, alineados en el eje Occidental y Cristiano, al decir de la época; aplicó las más duras políticas de liberalización y desindustrialización que la Argentina había conocido hasta entonces. Los 90 vinieron a cristalizar aquello que se había puesto en marcha en la segunda mitad de la década del 70. En el nuevo paradigma cultural de la década de los 90, la Argentina Potencia murió y dio paso a un nuevo y efímero concepto: la Argentina Primer Mundo. Pero esto será objeto de análisis para otra oportunidad.


domingo, 5 de junio de 2011

Autoimagen de los argentinos (parte I)

Hoy quiero abocarme a analizar la percepción que los argentinos tenemos de nosotros mismos. Es difícil tratar de tocar un tema cómo este sin ponerse uno en el centro de la escena, porque no sólo plantearé la autoimagen que la sociedad argentina ha creado para sí, sino mi percepción subjetiva sobre los argentinos.

En primer lugar es preciso hacer la aclaración de que cuando hablamos de argentinos, hablamos de argentinos-porteños (oriundos de la Ciudad de Buenos Aires y su área circundante y de influencia) y no hablamos del cuyano, patagónico, del norte o del Chaco. No es porque yo quiera decirlo así, sino porque prefiero limitarme a lo que conozco y además, es justo decirlo, la mayoría de las personas tiende a identificar Argentino = Porteño.

La caracterización principal de lo que llamaré Autoimagen (la imagen de nosotros mismos) es que el Argentino es un ser vago, que no puede hacer nada bien, pícaro y por lo tanto, el hazmerreír del mundo civilizado. Suena duro, ¿no? Bueno, aunque esto sea así es la percepción que los argentinos tenemos de nosotros mismos. Pero realmente esto ¿coincide con la realidad? Certeramente, no.

El argentino tiende a ser una persona que no encaja donde está: se siente europeo en su génesis, por lo que no está cómodo en un vecindario de naciones inferiores como lo es América Latina…el tema es que cuando el argentino viaja a Europa, le recuerdan que él no es un europeo sino un latinoamericano. Ahí entra en conflicto la autoimagen. El argentino no tiene lugar físico donde aferrarse: es un europeo rechazado por Europa que no logra encontrar su lugar en América. Entonces, al no sentirnos “de acá”, comenzamos a hacer una sobrevaloración de todo lo que proviene de fuera. Por definición el argentino mira a Europa y Estados Unidos con admiración y aspira algún día a ser como ellos. En definitiva también lo que reside allí es una idealización de lo externo. Uno no puede decir que todo lo que viene desde fuera es mejor, ya sea desde un artefacto hasta la cultura; lo cual no quita que quizás en otros países haya buenas ideas o modelos que sea posible adaptar o transportar hacia nuestro país.

Desde hace muchos años, hay grandes intereses político-económicos en utilizar estas debilidades propias del argentino y maximizarlas para obtener una tajada más gorda. Un ejemplo clarísimo de esto fue el fomento de la desconfianza en la industria nacional realizado por una dictadura militar contradictoriamente presentada ante la sociedad como nacionalista. Un spot televisivo realizado en aquella época mostraba a un hombre sentándose en una silla de producción nacional que se desarmaba íntegramente, contrastando esta situación con la misma persona sentándose luego en una silla importada, que se destacaba por su solidez. Podrá ser algo ingenuo creer en esto, pero lo cierto es que detrás de esto hay un importante trasfondo ideológico para socavar la confianza de la sociedad en una de sus expresiones materiales: la producción industrial. De esta manera, el poder económico que llegó para quedarse con la dictadura, estaba interesado fuertemente en reducir la producción nacional, aumentar las importaciones y liberalizar el mercado, abandonando el paradigma keynesiano que el Estado argentino había sostenido con anterioridad aunque con matices durante los años anteriores.

Los valores que fueron instalándose con la dictadura, esto es, la pérdida de la autoconfianza, la pérdida de confianza en la movilidad social y el individualismo calaron hondo en la sociedad argentina y hasta el día de hoy no logramos deshacernos de ellos. Actualmente ha surgido una variante que es por demás interesante analizar en relación con lo planteado anteriormente.

Como ya es sabido, por este complejo europeo del Argentino (“Buenos Aires es la París del Plata”), tendemos a mirar a los demás sudamericanos con cierto desprecio. Nos creemos superiores a ellos. Nosotros estamos más cerca de Europa culturalmente. En los últimos años, atendiendo al gran desarrollo económico logrado por otras naciones latinoamericanas como Brasil o Chile, también se comenzó a compararnos desde los espacios de poder (medios y demás) con estos países, dejando en claro que ahora también ellos nos superaban a nosotros. Esto es aún peor para el argentino: ¿Cómo alguien que es inferior (llámese chileno, peruano, brasileño o uruguayo) va a superarnos en desarrollo económico a nosotros que somos los mejores? Esto finalmente es lo que se ha tratado de instalar desde ciertos medios de comunicación que responden a los sectores concentrados de la economía que intentan día a día construir una imagen de la población aumentando el espacio destinado a los aspectos negativos y omitiendo aquellas cosas de las que podríamos sentirnos orgullosos. Pero en definitiva, no hacen más que trabajar sobre algo que ya existía, por eso a veces se exagera cuando se dice que los medios crean la realidad: No la crean sino que operan sobre ella para distorsionarla en función de intereses económico políticos. En definitiva el discurso dominante de la opinión pública es que “los argentinos somos vagos” o “qué querés que hagamos, estamos en la Argentina” demuestran importantes cuotas de resignación social que frenan la posibilidad de transformar aquello que no nos gusta de nuestros países. Los pueblos desmoralizados no vencen y la resignación es nuestra enemiga más grande.

Este texto forma parte de una serie que iré entregando de a poco sobre cuestiones referidas a la autoimagen de los argentinos y el nacionalismo vistos desde una perspectiva actual.

martes, 31 de mayo de 2011

Cruzando la Frontera

Buenos Aires es sin duda una linda ciudad y un buen lugar para vivir. A mi me gusta Buenos Aires, incluso con su caos y su desorden, es atractiva a la vez que monstruosa. Pero Buenos Aires no es una ciudad, sino dos. Al Norte de la Avenida Rivadavia está la Buenos Aires pujante, rica, de departamentos, comercios y restaurantes abiertos hasta altas horas de la noche. Al sur, del otro lado de la frontera, está la otra Buenos Aires, la pobre, olvidada, sucia, descolorida, más parecida al conurbano que a su correspondiente mitad norte.

Este posteo se llama Cruzando la Frontera porque efectivamente existe una frontera entre ambas ciudades y esa es la Avenida Rivadavia. En realidad ella no tiene nada de especial ni diferente a otras avenidas de esta capital: uno la cruza de la misma manera en que cruza Córdoba, Corrientes o Santa Fe. Pero sin dudas es la fractura social y la asimetría que desnuda esta arteria lo que la hace tan importante.

Los barrios del sur son por lejos los más descuidados por las autoridades y es allí donde son más importantes las carencias. Allí la mortalidad infantil supera a la de la mitad norte. Allí cuentan con una sola línea de subterráneo, la E, siempre medio vacía, en silencio y con trenes cada 7 minutos con suerte. Basta comparar esto con la D, que recorre la mitad norte y es casi perfectamente simétrica de la E. Por sus vías corren los coches más modernos de la red, repletos a cualquier hora, llevando gente a trabajar, estudiar, pasear o comprar.

Y qué decir del Premetro que se interna aún más en el sur porteño, llegando a tocar las lejanas Villa Lugano y Villa Soldati, barrios súper estigmatizados por los noticieros. Alcanza con subir al colectivo 101 ahí en Plaza Once, justo antes de Rivadavia, para iniciar un tour por el deslucido sur, olvidado y pauperizado. Basta observar la precariedad de las viviendas, el porcentaje de población con Necesidades Básicas Insatisfechas, la falta de integración con el resto de la Buenos Aires rica. El sur es el reino del colectivo. Importante cantidad de líneas tienen en Pompeya, Lugano o Soldati sus cabeceras. Y es justamente este reino del colectivo la muestra de lo poco desarrollado del subte en esta zona, por falta de planificación estatal. Esto pareciera revertirse últimamente con la Línea H, que discurre en la mayor parte de su recorrido al sur de Rivadavia y aspira a tener (algún día) su cabecera en Nueva Pompeya. Ojalá así sea. Ojalá Buenos Aires deje de tener algún día su “lado oscuro” en el sur de la Capital. Ojalá algún día el sur tenga su oportunidad y no sea el espejo subdesarrollado de un norte pujante.

sábado, 28 de mayo de 2011

Educación e Historia

Buenas noches, me decido a escribir esto en respuesta a este posteo de Ariel, http://pensamientosyanalisis.blogspot.com/2011/05/por-que-estudio-historia.html, donde hace un interesante análisis de varias problemáticas que creo importante retomar.

En primer lugar, creo que es pertinente decirlo, estudio exactamente la misma carrera que él, pero en otro país y otro contexto absolutamente diferente. Vivo en Quilmes, al sur de la ciudad de Buenos Aires y estudio en Recoleta, uno de los barrios más tradicionales y pudientes de la capital, en un instituto público, el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González.

Si bien, al igual que él, tuve mis dudas en mente así como otras opciones de carrera que no fueron tomadas demasiado en serio, por lo que no vale la pena enumerarlas; sí creo pertinente retomar algunos de los puntos por él planteados.

En primer lugar, los factores de presión fueron menos, pues solo contó el del ámbito familiar y opiniones de allegados. En mi caso particular esta presión no fue tanta, porque afortunadamente cuento con una familia maravillosa que me apoya en mis proyectos y que iba a respetar mis decisiones. Esto, sin embargo no es lo más común, pues mucha gente sufre presiones familiares para determinar la carrera a seguir o evitar alguna que esté “mal vista”.

En Argentina afortunadamente contamos con un buen sistema público de educación, que si bien no será equiparable a los mejores países del mundo, es realmente muy bueno, más allá de todas las discusiones que puedan darse en torno a esta cuestión. Este sistema además de ser público (propiedad del Estado, en sus diversas manifestaciones: Nacional, Provincial, Municipal), es gratuito para todos desde el Preescolar hasta la Universidad en carreras de grado, asimismo como en Institutos Terciarios No Universitarios, como es mi caso. La gratuidad del sistema no es algo menor, si se tienen en cuenta los enormes gastos que una carrera universitaria exige en otros países. Basta con revisar la citada entrada de Ariel, que menciona que en su caso particular la carrera le insume 4000 dólares anuales, los cuales la mayoría de los estudiantes paga con créditos, de manera que queda endeudado al terminar la misma. Por mi parte debo decir que mi carrera se sostiene con algo así como 250 pesos mensuales incluyendo todos los gastos (Transporte, Fotocopias, Libros y algún café), los cuales equivalen a poco más de 50 dólares por mes.

Pero es justo decir que también en Argentina hay un alto desarrollo del sistema privado de educación, donde las carreras de grado son pagas, habiendo amplios rangos de precios desde algunas Universidades accesibles para la clase media sin necesidad de requerir el endeudamiento hasta otras que tienen altísimos precios que sólo pueden afrontar quienes pertenecen a las clases altas o medias-altas.

Lamentablemente, la imagen que uno se forma de la educación pública antes de estar en ella es realmente mala. Lo que transmiten las noticias y la opinión pública es que la Educación estatal es desastrosa, deplorable, los profesores se la pasan haciendo protestas y paro y nunca hay clases. A esto, sumarle la preocupante politización de los alumnos (¡Qué horror!) que en teoría no dejan dar clases. Con todo este bagaje de opiniones a cuestas y aun desconfiando del mismo me cuestioné a mi mismo en 2009 si no convenía estudiar en un instituto privado. Afortunadamente mi elección recaló en un Instituto Público gracias al consejo de algunos profesores cercanos. Ahora…¿era cierto todo esto de la educación pública? Certeramente, no.

Estudio en un edificio inaugurado en el año 2009, que no será una maravilla y tiene sus problemas, pero aun así es uno de los mejores. Los docentes dan clase siempre y solo enfrenté un día por paralización de actividades. Los alumnos politizados existen, de alguna manera todos estamos politizados, pero si nos circunscribimos al ámbito de los militantes de agrupaciones de izquierda y extrema izquierda, podemos decir que no molestan demasiado. Uno aprende a convivir con ellos y a escuchar una y otra vez sus vacías, utópicas y anacrónicas reivindicaciones. Por lo demás, las clases discurren con normalidad y sin sobresaltos.

Otra diferencia fundamental con el caso chileno es la ausencia de los requerimientos NEM/PSU. En el caso particular del Instituto JVG, pueden aspirar a ingresar todos aquellos alumnos que hayan finalizado sus estudios secundarios con todas las materias aprobadas. Al inicio de la carrera ni existe examen de ingreso, ni curso de ingreso, ni prueba de selección ni nada que se le parezca. Esto genera que en el primer cuatrimestre de 1° año las aulas estén superpobladas de gente. A medida que el año avanza, mucha gente abandona la carrera y para esto son decisivas dos fechas: los primeros exámenes (junio) y la vuelta del receso invernal (agosto). Luego de este último mes, lo más probable es que los cursos queden con la configuración que mantendrán hasta fin de año.

En el caso de la Universidad de Buenos Aires, la mayor del país por matrícula de alumnos, cuenta con un Curso de Ingreso de un año conocido popularmente como CBC (Ciclo Básico Común), en el cual se dictan materias básicas para, en teoría, suplantar las deficiencias de la escuela secundaria. Digo en teoría, porque en la práctica el CBC actúa como un filtro, depurando la enorme matrícula, separando a aquellos que carecen de los contenidos o no están suficientemente decididos para iniciar determinada carrera. Dicho así suena duro y lo es, pues la tasa de abandono es altísima. Quienes sobreviven al CBC ingresan a la carrera propiamente dicha en el segundo año de estudio. Este “año perdido” que representa el CBC también actúa como uno de los factores depuradores, haciendo que quienes cuentan con la posibilidad ingresen a una Universidad Privada, a modo de evitarse un año de estudio. No obstante, el CBC, así como toda la carrera en UBA son gratuitos para el alumno.

Por último este componente del sistema chileno de “tengo que elegir una carrera con salida laboral rápida que me permita pagar el crédito que tomé para estudiar” no está presente, porque inclusive las familias de clase media que optan por enviar sus hijos a universidades privadas pueden pagar con sus ingresos las cuotas de estas universidades. Si esto significa que el trabajador medio argentino está mejor remunerado que el chileno, será objeto de otra discusión.

Lo que si está presente en ambas sociedades es la idea de que hay ciertas carreras bien vistas para ser estudiadas y otras absolutamente desprestigiadas. Y yo elegí una desprestigiada, la docencia. El desprestigio de esta tarea es realmente importante en Argentina y tiene su raíz en una razón eminentemente económica, los docentes ganan poco. O dicho de otra forma, son mal remunerados para la enorme tarea que encaran, una de las más importantes que existen en la sociedad y sólo comparable a los médicos que nos ayudan a nacer o a que crezcamos sanos. Pero el desprestigio de la educación y los docentes tiene raíces aun más profundas que se insertan en los cambios sociales profundos que tanto nuestro país como el mundo sufrieron en los últimos 20 o 25 años. En estos, la disolución de la comunidad y de la persona como integrante de la comunidad, ya sea como ciudadano, trabajador, etc.), dio paso a una persona absolutamente individual, una persona-consumidor, una persona-objeto. En este nuevo mundo dominado absolutamente por las fuerzas del consumo y el dinero, las profesiones dejan de ser valoradas por su utilidad social para ser solamente valoradas por el dinero que se puede hacer con ellas. Y peor aun, no interesa ya educar a las personas porque lo único que se pretende es que no molesten y que sencillamente se dediquen a consumir. En definitiva, la idea de construir un ser individualista, pasivo y consumidor choca abiertamente con la idea de educación, que es siempre liberadora, pues proporciona al individuo la posibilidad de cuestionarse cosas y buscar respuestas por si mismo.

Si ustedes se preguntan sobre si yo me cuestioné la elección de carrera en función del dinero, debo admitir que sí. Uno está atravesado por el momento en que vive y los valores imperantes de esa sociedad. Pero finalmente primó en mí la voluntad de hacer lo que yo quería. Imagínense el día de mañana qué tranquilidad cuando me despierte en la mañana sabiendo que voy a ir a trabajar de lo que me gusta, pudiendo llevar una vida digna y tranquila adelante. Porque hablando en serio, no quiero una vida con estridencias ni lujos. Sencillamente una vida digna, sin privaciones, que me permita dar un gusto de vez en cuando, algún viaje…pero fundamentalmente que me permita ser feliz, estar en paz conmigo mismo y con los demás, ¿de qué sirve tener un montón de plata y vivir amargado? Además, no olvidar que la tarea docente es un aporte a la sociedad entera. No idealizo mi función, ni tampoco creo que vaya a cambiar el mundo. Pero de no hacer nada a comandar un grupo de 40 personas donde uno puede sembrar la semilla de una inquietud, ¡Caramba! Eso sí que es hacer algo socialmente productivo.

Por ultimo quiero decir, que nada en la vida es inocente, que nunca uno hace las cosas porque sí, ni tiene las opiniones que tiene porque sí. Este texto, como prácticamente todo lo que escribo es en esencia un texto político pero no político partidario. Los seres humanos somos seres políticos, entendiendo a lo político como todo aquello referido a las cuestiones que interesan a la sociedad toda, las cosas públicas. La educación es eminentemente una de ellas.

Hoy por hoy puedo decir que estoy feliz de haber elegido lo que elegí, de haber conocido a la gente que conocí, que es maravillosa y estoy agradecido de poder vivir acá, en este país, donde afortunadamente existe la posibilidad de una educación gratuita que constituye un elemento para la igualdad de las oportunidades. Y lamento que a veces, los argentinos no sepamos aprovechar lo que se nos da, o lo que es peor, lo aprovechamos pero no estamos agradecidos de tener estas posibilidades. En el reconocimiento que de ello hagamos están las claves de nuestro futuro.